EL MENDIGO Y EL LADRÓN
(Ricardo Flores Magón)
A lo largo de la avenida risueña van y
vienen los transeúntes, hombres y mujeres, perfumados, elegantes, insultantes.
Pegado a la pared está el mendigo, la pedigüeña mano adelantada, en los labios
temblando la súplica servil.- ¡Una limosna por el amor de Dios! De vez en
cuando cae una moneda en la mano del pordiosero, que éste mete presuroso en el
bolsillo prodigando alabanzas y reconocimientos degradantes. El ladrón pasa, y
no puede evitar el obsequiar al mendigo con una mirada de desprecio. El
pordiosero se indigna, porque también la indignidad tiene rubores, y refunfuña
atufado:- ¿No te arde la cara, ¡bribón! de verte frente a frente de un hombre
honrado como yo? Yo respeto la ley: yo no cometo el crimen de meter la mano en
el bolsillo ajeno. Mis pisadas son firmes, como las de todo buen ciudadano que
no tiene la costumbre de caminar de puntillas, en el silencio de la noche, por
las habitaciones ajenas. Puedo presentar el rostro en todas partes; no rehúyo
la mirada del gendarme; el rico me ve con benevolencia y al echar una moneda en
mi sombrero, me palmea el hombro diciéndome: ¡buen hombre!
El ladrón se baja el
ala del sombrero hasta la nariz, hace un gesto de asco, lanza una mirada
escudriñadora en torno suyo, y replica al mendigo:- No esperes que me sonroje
yo frente a ti, ¡vil mendigo! ¿Honrado tú? La honradez no vive de rodillas
esperando que se le arroje el hueso que ha de roer. La honradez es altiva por
excelencia. Yo no sé si soy honrado o no lo soy; pero te confieso que me falta
valor para suplicar al rico que me dé, por el amor de Dios, una migaja de lo
que me ha despojado. ¿Que violo la ley? Es cierto; pero la ley es cosa muy
distinta de la justicia. Violo la ley escrita por el burgués, y esa violación
contiene en sí un acto de justicia, porque la ley autoriza el robo del rico en
perjuicio del pobre, esto es, una injusticia, y al arrebatar yo al rico parte
de lo que nos ha robado a los pobres, ejecuto un acto de justicia. El rico te
palmea el hombro porque tu servilismo, tu bajeza abyecta, le garantiza el
disfrute tranquilo dé lo que a ti, a mí y a todos los pobres del mundo nos ha
robado. El ideal del rico es que todos los pobres tengamos alma de mendigo. Si
fueras hombre, morderías la mano del rico que te arroja un mendrugo. ¡Yo te
desprecio! El ladrón escupe y se pierde entre la multitud. El mendigo alza los
ojos al cielo y gime:- ¡Una limosna, por el amor de Dios!
Regeneración, del número 216, fechado el
11 de diciembre de 1915.
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