CUESTION DE MATICES.-
Antes de salir era costumbre que todo
estuviera perfectamente organizado. A los lados del trayecto había gente
armada, vestidos con sus uniformes de gala. Tenían que llevar bien limpia la
barrita con la que hacer que la gente que mira no se desmande; los cascos
estaban brillantes, como decía las ordenanzas y como mandaban las normas
municipales, la marcha tenía que estar abierta por los soldados. Nada podía
quedar fuera de su control.
Era también costumbre que cada persona que
fuese a seguir ese camino llevase sobre sus hombros el madero con el que
informar a los “espectadores” por qué estaba allí. En eso la ley no era tan
estricta; a cada un@ se le concedía el
derecho de poner lo que quisiera, lo normal era un trozo de tela. Todo estaba
controlado.
Ya había un recorrido marcado por las
autoridades, podían escoger otros, pero ya la gente se había acostumbrado a él
y se había tomado por “oficial”. Se saldría frente al Palacio de Justicia,
junto al puente que habían construido los romanos y terminaba en el parque
frente al Palacio del Gobernador. Además así ya tendrían los operativos de
orden bien organizados. Nada escaparía a su control.
El
desdichado colocó la madera sobre su hombro y comenzó la andadura. De vez en
cuando se encaraba con algunos de los mirones de los lados del camino. Le
gritaban que por algo estaría ahí y él respondía que ya le gustaría verles a
ellos junto a él. Pero no servía de nada. Tan sólo para encabronarse más.
Ese día, para aumentar su desgracia, hacía
un sol de justicia, de bastante calor para la época del año: entre final del
invierno y principio de la primavera. Había andado ya un buen trecho y por su
frente empezaba a caer las primeras gotas de sudor. No es que llevara mucha
ropa pero se quitó alguna en un intento vano de refrescarse. Parecía que el sol
le estaba dando la puntilla.
Mientras Jesús (así se llama nuestro prota) caminaba
hacia el final, se sentía muy cansado, extenuado. No había probado bocado desde
la última cena y de esto hacía dos días. Beber, lo último antes de salir.
Dormir le habían dejado muy poco, un rato dormitando hoy por la mañana.
En
un momento del camino y debido a que se le calentó demasiado la cabeza, fue
tambaleándose involuntariamente hacia
uno de los márgenes de la calle, como mareado. Cuando estaba a punto de caerse
y dar con la madera a una anciana que miraba, ésta le sujetó como pudo, aunque
no evitó que el hombre diera con sus rodillas en tierra. La anciana le acercó
un poco de agua y se lo puso en una mano, bebiéndolo con ansia; estaba ya al
límite. La mujer llevaba una mantilla de color negro y en un acto instintivo se
lo quitó de los hombros, le limpió la cara y le secó el sudor de la cabeza.
Estas mujeres tenían coraje pues en la ley
estaba escrito (pues dicen que viven en una democracia) que el populacho (los
de los márgenes de la calle) tenía autorización para insultar, ridiculizar,
increpar y mofarse de los desgraciados que iban por el medio de la calle pero
lo de mostrar simpatía por ellos estaba muy mal visto.
Cuando reinició la marcha otra de las
mujeres que miraba se puso junto a él y caminaron unos instantes. La mujeruca iba hablándole de
la vida, de los problemas diarios, de que como él había hecho no se había
conseguido nada, incluso le daba, en parte, la razón y se le saltaron las
lágrimas cuando recordó que ella también tenía un hijo en su situación y
entonces Jesús volvió despacio la cabeza y le dijo: “Hija de la ciudad, no
llores por mí, sino más bien por vosotras y por vuestros hijos. Yo estoy a
punto de terminar pero los tiempos de terribles tribulaciones no han hecho más
que empezar. Llegará el día que os diréis: ‘Bienaventuradas las mujeres que no
tuvieron que dar el pecho a sus hijos. Ese día rogaréis que se os caiga el
cielo encima’ para libraros de los tiempos oscuros que están llegando.”
Llegó el momento de subir la cuesta y lo
hizo con tanta lentitud que terminó juntándose con trapos de otros como él.
Pero terminó de subir, aunque renqueante, hasta su sitio.
La mujeruca que le había secado notó como
que se había desteñido un poco el mantón con el que había secado al desdichado.
Y en cuanto lo hubo desdoblado vio que algo había quedado marcado en el mismo.
En cuanto lo vió, se lo echó de nuevo sobre los hombres y se unió a la marcha.
Por fin llegó al final del recorrido. Se
bajó el trozo de madera con los motivos y como pudo se sentó en el
suelo. Respiraba rápidamente. Aunque la situación en la
que estaba no era para risas, sabía que el motivo por el que estaba allí había
merecido intentarlo. Poco a poco fue recobrando el ritmo de la respiración.
Alzó la mirada para mirar por última vez la gente que estaba allí cuando
observó a la mujer que le había ofrecido el agua; pasaba junto a él sonriente.
Él respondió con un gesto amable al ver el mantón sobre su espalda. Se terminó
el calvario. La gente que había asistido al espectáculo se fue marchando poco a
poco.
Al día siguiente, el periódico local, puso, en la sección laboral, la crónica que
has leído, ni un punto ni una coma más o menos, bajo el titular que en grandes
letras, decía: “En la manifestación de ayer –estos días de religiosidad- se ha
producido un milagro.”. Debajo con letras un poco más pequeñas: “Una anciana
(después se unió a la marcha) limpia el sudor a un anarcosindicalista con un mantón
que llevaba, se le destiñe y sin poder explicar cómo había sido posible, se le
graba lo siguiente: “@ No a la Reforma Laboral”.
¡Ah! Sobre los cómos y por qués de la
“manifa” no dijeron ni pio pero el “calvario” de nuestro amigo Jesús y de otr@s
como él, está más abajo porque lo pongo yo, que si es por ellos.
¡¡
NO NEGOCIAMOS NADA. QUEREMOLO TODO!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hacer un comentario