SOLIDARIDAD Y APOYO MUTUO

"...advertimos a la clase patronal que ellos nos han colocado en la calle y en ese terreno estamos dispuestos a afrontar las consecuencias que de esta torpe actitud se derive, todo menos que nuestra actitud de trabajadores honrados y conscientes sea vilmente atropellada." (Comité de Huelga. Huelga General de Zaragoza, 1.934)
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viernes, 16 de octubre de 2015

LA GRAN CUESTIÓN.



LA   GRAN   CUESTIÓN
(Rafael  Barrett)





    Para desprender la ceniza el banquero dio en el cigarro un golpecito con el meñique cargado de oro y de rubíes.

     – Supongo -dijo- que aquí no nos veremos en el caso de fusilar a los trabajadores en las calles.

     El general dejó el cóctel sobre la mesa, y rompió a reír:

     – Tenemos todo lo que nos hace falta para eso: fusiles.

     El profesor, que también era diputado, meneó la cabeza.

     – Fusilaremos tarde o temprano -dictaminó-. Por muy poco industrial que sea nuestro país, siempre nos quedan los correos, el puerto, los ferrocarriles. La huelga de las comunicaciones es la más grave. Constituye la verdadera parálisis, el síncope colectivo, mientras que las otras se reducen a simples fenómenos de desnutrición.

     El general levantó su índice congestionado:

     – Sería vergonzoso limitar el desarrollo de la industria por miedo a la clase obrera.
– La tempestad es inevitable -agregó el profesor-. Las ideas se difunden irresistiblemente. ¡Y qué ideas! Cuanto más absurdas más contagiosas. Han convencido al proletariado de que le pertenece lo que produce. El árbol empeñado en comerse su propio fruto… Observen ustedes que los animales suministradores de carne son por lo común herbívoros. El Nuevo Evangelio trastorna la sociedad, fundada en que unos produzcan sin consumir, y otros consuman sin producir. Son funciones distintas, especializadas. Pero váyales usted con ciencia seria a semejantes energúmenos. Los locos de gabinete tienen la culpa, los teorizadores y poetas bárbaros a lo Bakunin, a lo Gorki, que pretenden cambiar el mundo sin saber siquiera latín. Se figuran que el proletario tiene cerebro. No tiene sino manos; las ideas se le bajan a las manos, manos duras, que aprietan firmes, y que, apartadas de la faena subirán al cuello de la civilización para estrangularla.

     – ¡Qué tontería, los pobres obstinados en ser ricos! -suspiró el banquero-. ¡Como si los ricos fuéramos felices! Estamos agobiados de preocupaciones, de responsabilidades. La fortuna es un obstáculo a nuestras virtudes. Nos es muy difícil entrar en el paraíso, cuando tan fácil les sería a ellos si se resignaran. Y no se resignan, no creen ya en Dios. Sin Dios, todo se desquicia. ¿Por qué no se conforman los pobres con su suerte, como nosotros los ricos nos conformamos con la nuestra?

     – Ya no les basta el sufragio universal -dijo el profesor-. No les satisface esa ilusión que tan útil nos era. Ahora quieren arreglar por sí mismos sus asuntos. Nada más peligroso.

     – Las leyes son deficientes -exclamó el general-. La ley debe asegurar el orden, y no hay orden posible sin trabajo. La asociación de agitadores, la huelga, son delitos. El trabajo no puede cesar. En el instante en que el trabajo cesa, el orden se destruye. El trabajo es santo, es una plegaria, como leí ayer. ¿Acaso el espectáculo de Buenos Aires sin pan, peor que si la sitiara un ejército, es un espectáculo de orden? Yo, militar, hubiera hecho fuego sobre los huelguistas. Los hubiera considerado extranjeros, enemigos de la patria. ¡Sacrílegos! A mí, sin la patria no me sería posible vivir.

     – Lo terrible no es que se nieguen a respetar y defender el orden establecido -dijo el profesor-, sino que, con el pretexto de que no tienen patria, viajen por otras patrias, llevando consigo la rebelión y la dinamita. Buenos Aires está plagado de anarquistas rusos. Y sigamos elevando salarios, y disminuyendo horas de labor, para que el obrero ¡maldita cultura superflua!, compre libros o aprenda a fabricar bombas.

     – En lo que hicimos bien -notó el banquero-, fue en no autorizar aquí mítines contra la nación amiga, o contra las autoridades amigas. Es equivalente.

     – Sí -apoyó el general-. Cualquier autoridad será amiga nuestra. Seamos lógicos. Lo confieso, yo estaré del lado de los cañones. No es sólo mi oficio, sino mi doctrina. Y si los rebeldes se resisten a construir cañones, obliguémosles a cañonazos. ¿Verdad?

Un criado anunció que el almuerzo se había servido. Los tres personajes pasaron al comedor, donde les esperaban las ostras y el vino del Rhin.


viernes, 9 de octubre de 2015

CUENTOS Y FÁBULAS.-


EL MENDIGO Y EL LADRÓN
(Ricardo Flores Magón)



     A lo largo de la avenida risueña van y vienen los transeúntes, hombres y mujeres, perfumados, elegantes, insultantes. Pegado a la pared está el mendigo, la pedigüeña mano adelantada, en los labios temblando la súplica servil.- ¡Una limosna por el amor de Dios! De vez en cuando cae una moneda en la mano del pordiosero, que éste mete presuroso en el bolsillo prodigando alabanzas y reconocimientos degradantes. El ladrón pasa, y no puede evitar el obsequiar al mendigo con una mirada de desprecio. El pordiosero se indigna, porque también la indignidad tiene rubores, y refunfuña atufado:- ¿No te arde la cara, ¡bribón! de verte frente a frente de un hombre honrado como yo? Yo respeto la ley: yo no cometo el crimen de meter la mano en el bolsillo ajeno. Mis pisadas son firmes, como las de todo buen ciudadano que no tiene la costumbre de caminar de puntillas, en el silencio de la noche, por las habitaciones ajenas. Puedo presentar el rostro en todas partes; no rehúyo la mirada del gendarme; el rico me ve con benevolencia y al echar una moneda en mi sombrero, me palmea el hombro diciéndome: ¡buen hombre! 



     El ladrón se baja el ala del sombrero hasta la nariz, hace un gesto de asco, lanza una mirada escudriñadora en torno suyo, y replica al mendigo:- No esperes que me sonroje yo frente a ti, ¡vil mendigo! ¿Honrado tú? La honradez no vive de rodillas esperando que se le arroje el hueso que ha de roer. La honradez es altiva por excelencia. Yo no sé si soy honrado o no lo soy; pero te confieso que me falta valor para suplicar al rico que me dé, por el amor de Dios, una migaja de lo que me ha despojado. ¿Que violo la ley? Es cierto; pero la ley es cosa muy distinta de la justicia. Violo la ley escrita por el burgués, y esa violación contiene en sí un acto de justicia, porque la ley autoriza el robo del rico en perjuicio del pobre, esto es, una injusticia, y al arrebatar yo al rico parte de lo que nos ha robado a los pobres, ejecuto un acto de justicia. El rico te palmea el hombro porque tu servilismo, tu bajeza abyecta, le garantiza el disfrute tranquilo dé lo que a ti, a mí y a todos los pobres del mundo nos ha robado. El ideal del rico es que todos los pobres tengamos alma de mendigo. Si fueras hombre, morderías la mano del rico que te arroja un mendrugo. ¡Yo te desprecio! El ladrón escupe y se pierde entre la multitud. El mendigo alza los ojos al cielo y gime:- ¡Una limosna, por el amor de Dios!

Regeneración, del número 216, fechado el 11 de diciembre de 1915.